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Todos las posiciones del ojo antes de un amanecer
(1) Atardece mientras camino hacia el parque. (2) Una mano, demasiado rápida para ser humana, arrebata de mis manos el helado que me costó tres cuervos y una luciérnaga. (3) Miro la cara del ladrón: es Fogwill, o alguien que se parece a Fogwill. El muy paria se está riendo como se ríe un argentino al ver a su selección ganar, o a la de Inglaterra perder. (4) Llego al maldito parque (sin helado), y me siento con un par de viejos. Dicen que saben mi nombre, pero sólo me llaman el pequeño bastardo; como si fuera el automóvil de una estrella de cine difunta. El primero se presenta como Hemingway. Lo observo, pero ni en mil años, un viejo como ese podría ser Hemingway, porque no tiene las pelotas del gran Hem. El segundo dice en una voz baja, casi imperceptible, que es Bukowski. Huyo, porque no quiero saber más de Bukowskis; abundan y no son más que imitadores sin talento. (5) Me siento en una banca, y le pido un cigarrillo a un tipo que pasa. Saca uno de su paquete, me dice: “La arquitectura de edificaciones pequeñas es tan honorable como la de grandes monumentos”. Es Ribeyro. Yo le pregunto que si eso no es por culpa de una situación que leí en un cuento suyo. Me contesta que no. Fastidiado prefiero seguir mi camino. (6) Alguien toca la guitarra cerca de la fuente, una tonada desenfrenada. Algo así como un blues con un trastorno de personalidad al límite, o como un jazz del mismo centro del inferno. El que toca es Juan Camilo, lleva el ritmo, el que da el cuerpo para la música. Quiero escuchar, pero tengo que seguir. (7) En la esquina del correo me espera Ruando Peor, está muy triste. Le pregunto por qué y dice que no me preocupe que así son los sueños: figurines arrojados a la basura. Trato de no deprimirme, pero sé que tiene razón. Decidimos ir a buscar a Eduardo Santos. Gritamos su nombre por donde vamos pasando, pero nadie parece haberlo visto. (8) Llegamos a un bosque, finalmente encontramos a Santos leyendo un libro que no se acaba nunca, una especie de libro de arena. Ruando le pregunta de qué trata y nuestro amigo le responde que es sobre un viaje que comenzó desde la odisea y que aun no termina. Nos reímos como si tuviéramos pulmones atómicos, o como si reírnos fuera la única forma de transformarnos en escopetas que les pegan tiros a los jóvenes sin aspiración alguna. Cuando reviso el horizonte veo que amanece. Veo que amanece y despierto.
Una pesadilla llamada Ribeyro
I DORMITANDO
Se manifiesta el escritor
con una risa
de secretos
No habrá cigarro
que apague
el espíritu en llamas
Duermo a la sombra
de un gigante
II REM
La bestia me persigue por la biblioteca
y no hay grito que invoque a los santos del desdén
No logro pronunciar mi nombre
ni decir que esta cruz
le pertenece a otro
Perú es templo de ángeles
que empequeñecen la revelación
- nadie se salvara del anuncio de sus profetas -
Le di el arma a mi asesino
III DESPERTAR
Todo en su lugar
excepto la quietud
de la pluma
El escritorio
como una maquina
de tortura medieval
Su cara
me recuerda
el terror
Todavía sueño.
RUINA
"Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres."
Heráclito
Toda palabra
es la ruina
de otra palabra
todo poeta
se convierte
en escombros.
del Ejercicio Isla
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Diego Quintero (Taskent, Uzbekistán, 1990) comienza a escribir desde los ocho años, pero lo hace con seriedad hasta los veinte. Actualmente cursa estudios de filosofía y enseñanza de español en la Universidad Nacional de Costa Rica. Es miembro del taller de poesía dirigido por Melvyn Aguilar y Cristian Sánchez. Tiene una relación amor-odio con los grandes escritores de la literatura universal que nadie entiende.
Fracaso
Su plan de ataque es infalible. Llega el día menos esperado recorriendo el jardín como un aristócrata sin pies, un emperador en llamas. Pasa por la cocina impregnando la comida con su olor a cadáver, pudriendo las frutas, avinagrando el merlot, vaciando –para siempre– la alacena. Sus maneras de cefalópodo alcanzan todo a su paso, cada rincón de posibilidades, cada esfera de universo – es una bestia que saliva y gruñe anunciando sus victorias –. En la sala toma forma de perro lágrima y piensa. Luego sube las escaleras como un Equus de Caín y encuentra a su víctima haciendo las cuentas. Ahí lo muerde, inyectándole su veneno hasta el plexo solar, convirtiéndole los ojos en alabastro y las manos en témpano. Lo condena a existir bajo la nieve del fracaso, como un alarido hacia la eternidad. Es ahí que él gana, y la víctima comienza a perder
Del Ejercicio # 3
Wittgenstien
El poeta camina sobre un horizonte de humo y se arroja a la oscurana esperando chocar con lo impronunciable. Este no conocer que llamamos límite desaparece con el pistolero hecho bala por encima de la razón. El poeta es un espectáculo indeducible de la naturaleza que se cuela por el iris del demiurgo. No hay deudas con los dioses celestiales ni los dioses de la evidencia. El punto no es quién creó el mundo o quién explicó el mundo. El punto es quién lo hizo ver como un pez koi flotando sobre la estepa. El poeta es una tautología irremediable sobre los amigos que nacieron detrás del cerro. Los que trajeron cuerpos incandescentes sobre la vista. Ciegos juntos. Ciegos siempre. Ciegos los que desearon la palabra sin notar que era un sueño kamikaze. El mundo no es un poema.
Silencio.