Debo confesar que me gusta más hablar de la poesía de los demás que de la mía. Quizás se deba a que no considero conveniente referirme a lo que escribo, pues si con mis textos no logro acercarme al corazón de los lectores, a su inteligencia emocional o a su tolerancia poética, entonces no tiene sentido que me explique posteriormente o me deconstruya en sublecturas personales, que probablemente no conducen a ninguna parte y en consecuencia no van a hacer cambiar de opinión sobre mi producciòn literaria a quienes me han honrado con su lectura, pero no he logrado cautivarlos.
Hoy me encuentro del otro lado. Como lector inteligente o bien si quieren verlo así, como lector habituado a los textos poéticos, y me corresponde el privilegio de hacer algunas anotaciones al libro más reciente de Cristian Alfredo Solera, titulado “Una Canción para Phil Collins”.
Lo primero que llama la atención de este libro sin duda es su título. Podríamos preguntarnos ¿cómo es que un poeta confirmado, con más de dos décadas de vida literaria activa y una colección aproximada de 11 títulos publicados, se atreve a ponerle este título a un libro de su autoría, en un momento en que se supone su escritura está alcanzando un cierto nivel de madurez?
Ya alguien con un sentido meta-cósmico de lo literario me dijo que era un título frívolo, como si todos los libros debieran titularse la “Iliada”. De la misma forma que no podemos juzgar a un libro por su portada difícilmente podemos juzgar a un libro por su título, aunque algunos títulos nos gusten más que otros. Así como algunos títulos prodigiosos no contienen nada de valor en sus páginas internas.
Quien se acerque a este libro podrá descubrir el sentido del título, y los habrá de dos tipos: quienes sepan quien es Phil Collins y quienes no lo sepan. De manera que para quienes lo conocen y se aferran a ese conocimiento para juzgar a priori, puede resultar frívolo. Dichosamente ese representa solo un grupo mientras que, para otros, el título es una incógnita, porque no tienen ni idea de quién es Phil Collins ni a qué se dedica, ni cuál es su aporte al arte y la cultura.
Pero ni unos ni otros, hay que leer el libro para darnos cuenta que Phil Collins no aparece mencionado en ninguna parte, aunque está presente en todo el libro. Collins viene a resultar ser un estado de ánimo muy musical que invade el poeta para componer su libro, para darle fluidez a sus metáforas y confrontar espacios y momentos, situaciones y hechos de la imaginación. A lo largo del libro se manifiesta un componente que nos llama particularmente la atención: el conjunto de citas, versos, textos, anotaciones que se convierten en epígrafes y dedicatorias para apostillar poemas o secciones del libro. De esta manera, algunas secciones en la que se divide el libro llevan epígrafes, referencias a otros textos y a otros creadores, cuyas reflexiones o imágenes sirven para contextualizar o disparar la imaginación del poeta.
Poemas como el que titulado “Celebrar lo Perdido”, el cual posee una dedicatoria no a una persona sino a las piernas de una mujer llamada Sophie Ellis – ella es una cantautora, compositora y modelo británica. Su música es una mezcla de dance, indie, rock alternativo e influencias de música electrónica de los 80's-. Lo atractivo de este componente es, por una parte, que nos revela cuanta importancia le da el poeta a la música en la creación de sus atmósferas emocionales, dentro de las cuales se sumerge para componer sus textos y, un poco más allá, vemos cómo le interesan los solistas, los cantautores, los instrumentistas, vocalistas. El poeta-individuo –ese animal mutante- se fija en otros individuos músicos y los recrea a su manera, en sus creaciones.
Pero, además este poema no se refiere a la cantante, ni mucho menos a sus piernas de manera concreta, y sin embargo son las piernas de ella las que activan los disparadores metafóricos del poeta para proponernos un texto poético que parte en cierta medida de un fetiche, para construir un hermoso poema de amor donde la soledad prevalece, la voz que nos habla se declara “inconsciente y solo”. Y desde allí proponer una lectura sobre el amor como pérdida, como hecho acontecido, como memoria y a su vez como la única presencia que lo lleva incluso a retroceder en el tiempo, hasta alcanzar la infancia y alinear todos esos amores que fueron posibles, pero se quedaron suspendidos en una burbuja y sin embargo irradian un brillo que le permite aceptarse en su soledad, proclive a la demencia, enfrentado a sus miedos, convertido en el verdugo de sí mismo y a la vez en el mejor amigo.
De manera que el título al igual que otros componentes estratégicamente colocados en el poemario nos permiten seguir una ruta falsa en la superficie, porque sus lecturas son profundamente internas y nos conducen por carruseles ajenos, huesos que hace suyos y encontró en otro poemario, desde donde nos abisma a sus propios textos poéticos, que poseen un fuerte presencia adverbial que los vuelve asertivos, como en la declaratoria del poema que abre el libro titulado “Animales Mutantes” y nos dice “A partir de hoy te sentirás vulnerable / un poco distraído/ colérico, reincidente/ pero celebrando tus victorias/ con hidalguía”. Este estilo adverbial le permite ser enfático y propositivo, mediante el uso de una voz firme y determinada. Acá se construye un universo desde una posición desafiante y propone un componente que se convertirá en un motivo prevalente en todo el poemario que es su constante regreso al pasado, a la sangre, a la herencia y a la forma en que todo tiene continuidad para construir el futuro de las voces que pueblan estos poemas.
“A partir de hoy verás la sonrisa de tu abuelo/ desperdigarse por las calles”. Y más abajo dice “te enfrentarás cara a cara con la muerte”, en un interesante desafío que reconoce la necesidad de la transición desde la infancia y la muerte. Por eso su título “Animales Mutantes”.
“Una Canción para Phil Collins” es en consecuencia un libro lleno de insinuaciones y ambientaciones donde la música, aunque ausente está igualmente presente. Las construcciones poéticas poseen un ritmo propio, machacante, reiterado, como los compases musicales que a su vez permiten florituras metafóricas que tocan la soledad, el miedo, el abandono, lo que ha quedado inconcluso familiarmente a lo largo de los años, aquello que ya no tuvo arreglo y sin embargo dejó su lección de vida.
Todo el poemario representa en gran medida un viaje hacia la nostalgia, hacia el pasado, hacia la revisión de aquello que nos marcó y nos ha determinado, para seguir construyendo desde nuestra soledad en total aceptación y regocijo.
“Aproximaciones”, por ejemplo, es un poema que se apoya en la nostalgia, en el regreso al pasado como una forma sino de entender, al menos aceptar el presente, componente necesario para seguir viviendo y construyendo. Así en el poema desde su primer verso se nos plantea esta encrucijada que la voz poética acepta con obediencia, por eso dice: “ por un momento regresar/ como regresa un pesimista/ sin conocer los pueblos lluviosos…” y más adelante alcanzamos el escaparate deseado por el poeta que es la poesía, la cual abraza a pesar de los cantos de sirena que deja escapar y que hacen que el poeta conduzca su navío hacia las rocas, para estrellarse consigo mismo y, como Sísifo, consciente de esta encrucijada, aceptarla como un componente indispensable para seguir existiendo, por eso dice: “regresar cautelosamente/ porque la poesía,/ la puta, / la amante / continúa de pie allá afuera/ sin parpadeos siquiera / insinuándome caricias y palabras.” Afortunadamente, aunque la poesía es de género femenino, no existe un movimiento feminista poético que condene al poeta por esta forma de referirse a la poesía. Y es que no hay otra forma de enfrentar ese constante conflicto entre el poeta y su necesidad de decir, que encarando la poesía sin ningún tipo de consideración o moderación. Porque es cuando el creador la enfrenta y la trata con la violencia verbal que la poesía le responda generando en el hablante una resignada aceptación sobre una relación siempre en conflicto, de la que es imposible escapar, porque la poesía reside “en medio de la vida, / rompiendo todo, absolutamente todo/ lo que encuentra a su paso”.
Me gusta este regreso al pasado, no como un regocijarse en que todo pasado fue mejor, sino al contrario, como una aceptación de que todo aquello, incluido lo inconcluso, ha servido de plataforma para intentar comprender y aceptar el proceso seguido, donde la poesía acaba siendo el componente básico que nos permite construir nuestra propia epifanía.
En la historiografía poética de Cristian Alfredo Solera, podemos percibir este constante proceso de reflexión hacia el pasado, como necesario para la comprensión de lo inmediato y reconstrucción de lo que vendrá, en gran medida incierto y quizás más de lo mismo: dolor, incertidumbre, nostalgia, cosas inconclusas, pero es también reconocimiento y aceptación que el poeta no dispone de otra vía y la acepta, quizás porque abraza con igual candor y apasionamiento el lado oscuro del ser, como si fuera su aspecto más brillante.
Puede ser por eso que al poeta le interese más el amor a Caín que el amor para Abel, porque nos reconocemos quizás oscuros, con sentimientos incomprendidos pero que nos gobiernan. Y así cierra el libro, precisamente, con un poema que titula “Amar a Caín”, donde con cierto amargo regocijo acepta que “me queda un espacio vacío, / una elegía que escribí para un amigo / con el que siempre pude hacer lo correcto. / Una sonrisa espontánea, / un viaje redondo del que no recuerdo nada / salvo las malas noticias”.
Y es que, aunque ya no recordemos, y a pesar de las malas noticias, sabemos que hemos atravesado por un camino espinoso, donde hemos dejado piel y sangre, y aún en estas condiciones, la vida hay que vivirla… nos queda el poema para contarlo, para construir la epifanía que habrá de llegar y con ella, la redención.