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UNA NARANJA TAMBIÉN PUDO SER UNA MANZANA

(Incompleta y dudosa aproximación a “No todas las naranjas cantan igual” de Víctor Hugo Fernández)

 

 

 

…Amanece y callo; callo todo miedo, callo cualquier presagio,

busco un alba virgen de mi, busco el nacer de la luz, no su alumbramiento…

 

H. Mujica.

 

 

 

Ya hablaremos de las posibilidades simbólicas que podría encerrar una fruta solar como la naranja, por ahora aproximémonos a la “sed” como ese impulso de ciego goce.

 

Afronto una y otra vez, esta colección de textos agrupados bajo el título “NO TODAS LAS NARANJAS CANTAN IGUAL”, y una y otra vez la sensación que me queda es la de lo disperso, lo fragmentario y  lo dual. 

 

Reconozco que he enfrentado a estos textos en dos niveles de lectura. Las primeras veces como encargado, -no de editar-, ya que es casi imposible intentarlo en un autor como Víctor Hugo Fernández, pues sus hallazgos poéticos  son  criaturas pasionales, fulminantes e indomables, que poco margen dejan para ser intervenidas. Sino más bien, “maquetar”, que básicamente es una acción marginal reducida a fabricar una cierta espacialidad que contenga de algún modo los dinamismos de las emociones propuestas, y  propiciar o intentar generar una atmósfera visual que permita al lector naufragar por el archipiélago de ideas que reflotan y circulan, jaloneadas por corrientes profundas y traicioneras.

 

Las segundas veces – las más, debo decir- llego a estos poemas con una disposición más distendida, intentando un espíritu sosegado, que me facilite indagar en los susurros más que en las canciones, en los ecos más que en las impostaciones.

 

Fernández es un escritor que a lo largo de su quehacer ha incursionado en diversos registros a saber: ensayo, poesía y  narrativa (cuento, novela, relato) siendo este último donde considero ha encontrado sus mejores materiales de conducción. Transmisores  enriquecidos que ofrecen poca resistencia a su prosa, dotándola de una exquisita naturalidad y permitiéndole fluir como un pez en su elemento  –aunque no siempre a favor de la corriente– pero en donde el autor hábilmente sabe navegar. Probablemente porque sus ficciones se corresponden con materiales y memorias asociadas a vivencias muy personales que le dan a sus textos un estatus de honestidad y credibilidad apabullantes. Pero esta intimación no es con la narrativa de Fernández, sino con su poesía. 

 

En términos generales registro que el autor de “Calicantos”, “Las siete partes en que antiguamente se dividía la noche”, “Escala en Santa Rosa y otros trenes”, “Genealogía de mi sombra”, “Canciones para un Minotauro” y ahora, su publicación más reciente “NO TODAS LAS NARANJAS CANTAN  IG UAL” opera bajo códigos estéticos afines y  reconocibles en, al menos, una de las dos últimas grandes tendencias poéticas costarricenses –donde los detonantes creativos son producto de la epifanía y el sobresalto, surgido tras ciertos acontecimientos que dan pie al asombro y la extrañeza como arsenal creativo y  en donde la construcción de imágenes está al servicio del discurso–. Con esto –ni más, ni menos– quiero decir que el autor responde a la tradición, su estilística y temáticas. Y en donde al menos arquitectónicamente en sus tres primeros libros no asume riesgos en la construcción de sus andamiajes, como si ya es notable en sus últimas  dos propuestas, en las cuales, las arquitecturas diseñadas plantean saltos estructurales proponiendo –equilibrados silencio– a  partir de la habilitación de espacios y aires, que a mi parecer permiten efectivos contrapuntos en la musicalidad y el ritmo de los textos. Un ejemplo de esto podría ser el poema de largo aliento “Los mares lejanos” texto incluidos en “Canciones para un Minotauro” donde la cadencia lograda atrapa al lector y las imágenes, ahora al servicio de sí mismas, nos obsequian una plástica sonora y tonal que transporta.   

 

Otra característica que prima en la poesía de Fernández, y que se mantiene en su última propuesta, es esa necesidad de “contarnos algo”. El poeta no se aleja, no abandona su vocación de narrador, produciendo en el lector –al menos en mi caso– una sensación de doble registro.  Enfatizo en este rasgo pues considero que es un recurso interesante y efectivo  cuando está bien logrado, como lo es en este caso, donde se sostiene el equilibrio y las piezas poéticas logran su cometido genérico.

En “NO TODAS LAS NARANJAS CANTAN IGUAL”, Fernández logra conservar la tensión entre [lo lirico y lo narrativo], [lo metafórico y lo explicativo/descriptivo], pero hay algo más tras estos textos: hay la Sed.

 

Colección de tonos y acentos “Geminianos” en tanto su dualidad y mutabilidad. 45 textos que el autor estructura en dos apartados. Un primer segmento, “La Sed”, condensado en 16 poemas y “De octubre en adelante” fracción que prácticamente duplica con 29 poemas al primero. Lo interesante es que desde los dos títulos adoptados para segmentar el libro, Fernández ya nos insinúa el carácter dual de su propuesta, La sed como  carencia y el después como búsqueda.

 

Por ahora esta exploración solo la correremos sobre el primer apartado, esperando en otro momento retomar el poemario en su segunda parte. 

 

Como lector particularmente encuentro en este poemario una acentuada y casi titánica lucha interior que el autor va decantando a lo largo del libro. Poemas ubicados a conveniencia bajo uno u otro apartado, pero que en el fondo no dejan de ser los dolorosos cantos de un mismo y fragmentado sujeto lirico que enfrenta una batalla.  Hay a lo largo  de todo el poemario una cualidad de dolor dada, un vacío no definido que se desdobla, que va y viene de poema en poema, una suerte de esencia o sustancia de naturaleza dual, integrada sí, pero no unificada. Natura fascinada y vencida por la naturaleza. Voluntad que apetece sin tener nada, excepto a sí misma, que es “la propiedad del hambre” o de la sed.

 

El poemario inicia con una plegaria que a la velocidad de un solo verso degenera en reclamo. ¿Pero, ante quién o qué se requiere? ¿A quién está dirigida esa desolación?  Será acaso la queja de un ser desesperado ante un dios, al parecer desafecto o será la febril voz de un pequeño “dios-humano” hablando con sí mismo ante la devastadora revelación de que invariablemente esas dos soledades que se encuentran  en medio de los senderos interminables de la vida puede arder, sí, pero que también todo fulgor finalmente resulta efímero.

 

…Me asalta un Dios desconocido/no existe un botín que lo complazca…/…siempre llegamos tarde a la misma esquina…/…Todas las puertas están cerradas, /solo sobreviven dos estrellas caídas/ que comparten su miseria…

 

Inicial y frágil poema que advierte al lector que  el “vacío”  será  el tono con que  probablemente  se modulará  al menos esta primera sección del poemario… 

 

Poesía meditabunda, reflexiones solitarias del ser ante la enormidad, procesamiento del desamparo, calibración de la “soledad” en su condición perpetua y de la “compañía” como placebo narcótico y efímero. El  naufragio como habilidad, como modus operandi de la evasión.

 

…un cielo que se niega./ Luciérnagas que difícilmente alumbran el viaje...

…Abandono el bar con la última canción / y el abrazo de un extraño…  

…Uno viene hasta la aurora sin esperar nada. / Cuantas veces confiando / en que el canto de las aves / sabrá despertarnos de esta pesadilla / donde repetirnos…

 

 

Condición de un ser partido en dos que fabrica esperanza desde la metátesis del desencanto,  instantes como configuración de entelequias vaporosas e inatrapables, apetencia, necesidad de llenar ese espacio que separa y aleja a esas dos mitades constitutivas de lo que alguna vez fue unitario. Sed, vacio, añoranza.

 

 

…calle abajo entre la muchedumbre. / Escucho tu voz…

… espero tu figura caminando hacia mí…

…Falta tanto por vivir, / pero estoy atrapado en un instante…

…Sos la llave de una cerradura que no recuerdo…

 

Pero pese a este aparente desamparo, ya hemos dicho que el poeta sabe, enfrenta una batalla  y responde. Desafía como un héroe a ese animal de dos cabezas que lo constituye, confronta al monstruo bicéfalo que lo atormenta, lucha y le da muerte –corre la sangre en la cruzada– y entonces, solo luego que la bestia es tumbada, esgrime su hierro y entierra las dos cabezas del Jano.  Y  con este acto sugiere la independencia del principio espiritual respecto a la totalidad vital representada por el cuerpo, por tanto sólo sepulta la sed del espíritu.

… es el poeta quien me habla / desde la otra ribera del sueño, /se resiste a aceptar

la finitud del cuerpo / que amenaza callar su alma…    

 

Hay el derramamiento de sangra como acto de fecundación –sangre-semilla– como forma de significar  el valor del sacrificio.

 

NO TODAS LAS NARANJAS CANTAN IGUAL de Fernández  es una metáfora que me susurra  sobre lo solar, que me refiere al ser y sus días, que me propone el conflicto existencial  representado en  esa  lucha diaria que un animal finito enfrenta ante  un universo insondable, provisto, armado tan solo de instantes. 

 

Un poemario, emocional, duro, con un título resplandeciente de colores cálidos –naranja / amarillo–  que sin embargo desde la alquimia, según Abraham Juif, representa  el “color de la desesperación”.  En  relación a esto Erich Zimmer apunta en una anécdota:

 

“…Después que el futuro Buda hubo cortado sus cabellos y cambiado sus vestiduras reales por la ropa amarilloanaranjada del mendigo asceta, pues los que se hallan más allá de los cuadros de la sociedad adoptan voluntariamente la ropa de ese color que, en el origen, era el vestido de los criminales conducidos al lugar de ejecución...” 

 

Creo recordar haber leído, en una de las entradas usualmente mordaces  que el autor suele colgar en su muro de FB, algo que rezaba más o menos así: “…Cuando uno trago, solo uno, es la antesala de la muerte, eliges la sed y sus delirios…”, expresión  que considero aporta a esta antojadiza interpretación que fabulo desde mi lectura de  “NO TODAS LAS NARANJAS CANTAN IGUAL”. 

 

En todo caso, tan solo una personal e intransferible aproximación a estos textos, que en el fondo no me dejan de recordar los grandes detonantes que provocan, el que alguien escriba poesía e intente estas búsquedas. Y entonces, especulo al poeta como “sujeto”, como ese animal insatisfecho al cual las palabras le son insuficientes para conquistar sus “objetos de deseo”. Como ese  [ser-sujetado], asido a los horarios, a un lenguaje, a un género, a una cultura que le implanta aproximaciones a medias verdades, a una existencia finita en un mundo  que se asemeja al  fruto de un naranjo –complejo, fragmentado en múltiple cápsulas–que complejiza y niega su libertad y   que nos recuerda que lo esencial de lo múltiple es lo dividido, “Ser” condenado a la sed y exiliado de un jardín donde cuelga una fruta unitaria, cual la manzana.   

M. Aguilar .D

En el Zoo

San Salvador.

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