El mundo de la saliva es extraño. En la saliva cohabitan microbios que mueren cuando las babas se untan en las superficies secas. Las grandes pestes que se han transmitido por la saliva sufren el contacto inmisericorde del sol, pero ni el sol ni la nieve ni el infierno, a la postre, se puede deshacer de las manchas indelebles de las babas del diablo.
El universo de las amebas no es menos misterioso que el de la saliva. Las amebas se relacionan, habitualmente, con los excrementos pero, en casos rara avis, con la saliva. Al final, las babas y las formas móviles de las amebas confluyen.
Al final todo se relaciona con todo, casi siempre en el misterio de las mitologías que pueden ser la de la boca, el ano y los cuerpos sucios.
Cuando las babas del diablo lo tocan a uno, las asociaciones saltan, las mitologías personales revientan, las imágenes obsesivas se corporizan: el desaparecido Café Park Avenue; las velas encendidas; Billy Sáenz Patterson
como uno de los invitados costarricenses del Festival Internacional de Poesía;
una lectura de una parte nutrida de los Poemas a Lucrecia.
El rugir de Sáenz Patterson, el tiempo que se extendió no por minutos ni
horas, sino por eones o unidades de tiempo que no pueden ser medidas.
Las babas del diablo que nos daban a los que estábamos en primera
fila. La infección y la peste.
Asociar esa noche furiosa con Para Noxia (Editorial Andrómeda, 2005), no sería arriesgado en exceso; en Sáenz Patterson todo es desborde, relación descabellada del todo con el todo: amebas, murciélagos, preservativos usados, putas calamitosas, cocacolas. Todo guarda una relación en esta poesía hermética y violenta, sucia y rastrera. Pero, claro, esos son cuatro calificativos, cuatro palabras vacías que podrían cobrar significado con algo como: “Amar hasta la hiena / que carcome el desecho, / ser lluvia del holocausto.”, o podrían no ser nada más que lugares comunes para decir que lo que plantea Sáenz Patterson es lo ininteligible de una voz que sondea en entrañas sucias. Para Noxia es un libro dividido en ocho partes (y, extrañamente, subtitulado Códice Secreto de las Siete Islas), con una sección liminar y una epilogal bien diferenciadas (“Abismo” la primera; “Mi amor salvaje no te pertenece” la octava) y, en medio, violento, ese relleno heteróclito en el que Sáenz Patterson denuncia la mediocridad poética de nuestro medio (De lo folklórico a lo utópico / la poesía ha devenido en formas mediocres) tan pronto como observa el nacimiento de superhombres y superhembras (Hay un ego ultranietzscheano. / En los genes se gesta / el héroe telepático) y en el que hay espacio para para las herméticas mitologías personales de Sáenz Patterson (El Mango Negro X I Z lo robó del silencio, / y su telepática respiración / / está en el Volcán 666 de las Islas Felices) o para felices caminatas en pobres ciudades (Un marinero se desnuda con su amante, / y el deseo es como cualquier otro, / un travesti en las calles de Panamá). Sáenz Patterson, sea cual sea el material del que se sirva, prefiere lo violento, el asco y la sorpresa: “Tesoro eran tus labios del asco lunar, / basura lanzada a los perros. / Paisaje era la luz del cráneo.” Y se decanta por las naturalezas muertas descritas obsesivamente con la forma imperfecta del verbo ser: los objetos eran, no fueron ni serán; de un pronto a otro, todo podría, por lo tanto, saltar, cobrar vida: “Era el alba, / era la soledad de las calles.” Los objetos no han dejado de existir en la poética de Sáenz Patterson, solo esperan que el soplido (o el escupitajo) de un demonio los reviva.
Al encuentro de otros seres
La saliva es contacto. Una sola saliva es lubricación de una cavidad rojiza a la que se da por llamar “boca”. Pero dos son infección, vileza. Para Noxia es saliva-pegamento, encuentro de dos bocas, o búsqueda de otros seres: Klepsudra, Noxia, Margot. Sáenz Patterson alude a estas tres mujeres a lo largo de las páginas del poemario, declarándole un amor loco a Noxia, transformando a Margot en receptáculo (devenida Bar Margot y Hotel Margot, los lugares de los “preservativos que caen en las sombras de la noche” y los “dientes de piraña”) y haciendo aparecer, brujo, insolente, a la enigmática Klepsudra. “Mi lengua penetra / en tu garganta metafísica”, le dice la voz poética. En Sáenz Patterson no existe la comodidad del buen decir amoroso, sino la violencia contenida de quien busca no los besos de la amante, sino sus entrañas:
“Mientras bailamos te digo:
mi lengua lame tu médula,
aquella de donde nace un pequeño rabo.
Hay una gota de semen que cae en tu ojo
y encuentra en tus pestañas una lágrima.
Encuentro en tu entraña un niño de
otro...”
Entrañas necrotizadas. Alas de ángel corruptas. Pantanos de vitriolo.
Estampidas de dementes: en Para Noxia hay huecos profundos (no en vano la primera sección del libro lleva el nombre de “Abismo”), alturas incendiarias (la segunda sección, por el contrario, se denomina “Altura”), dicotomías al parecer inconciliables: vida y muerte (sección 4), cielo e infierno (sección 5), mar y cosmos (sección 7).
Pero esto era un artículo acerca de la saliva, el espumarajo blancuzco, la contaminación: virus respiratorio sincicial; H1N1; síndrome agudo respiratorio
severo, Entamoeba gingivalis. La saliva todo lo transmite, se embarra en todos lados, llega a todos los confines. Las babas del diablo es un cuento de Julio Cortázar. Se trata de una historia hermética sobre una foto tomada y las almas que mueren en el acto; Cortázar prologó varias obras de uno de los más
raros escritores latinoamericanos: Felisberto Hernández. Hernández escribió un cuento llamado Lucrecia. Esta Lucrecia de Felisberto es un espectro. La Lucrecia de Sáenz Patterson es una puta, un íncubo, un pedazo de aire enrarecido, manchado de babas. Una dama satánica de la que nacen Noxia, Klepsidra, Margot.
En Sáenz Patterson en general, en Para Noxia enparticular, se encuentran todas las literaturas, las babas de todos los antepasados.
En Café Park Avenue, en 2008, Sáenz Patterson nos llenó de su saliva contaminada, de su luciferina voz de ebrio. Las babas del diablo producen
manchas indelebles. “Frágil o fuerte ante los que odio, / habito en otras gentes...” Habita en todos lados, como los microbios.