10 textos de Salvador Zambrana
Arthur Wolfinguer
Pequeño, ¿Quién te asustó?
Tus ojos y esa ininteligible figura
con apariencia de sombra,
que se presentó ante mí y preguntó:
¿Por qué te escondes?
Si uno somos en la noche, a solas.
La habitación oscura
Hay telas en las esquinas,
chivas por doquier,
papeles en el piso,
y un bonsái en la pared.
Hay una sombra sigilosa,
que al marcar las tres,
propicia en el aire
un aroma a hiel.
Desasosegada me vigila
con su risa que rechina,
se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!
Pero el alba al renacer
adosa consigo la aureola,
extinguiendo los entes
que deambulan sin formas.
La noche es cómplice de la locura
cuando cantan los gallos
y aúllan los perros,
al marcar las tres;
como la sombra de la habitación oscura
que se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!
El sueño del niño
Un niño sueña con un desconocido
que de lejos le observa
en la noche del túmulo.
Espejuelo
He sentido recelos hacia Él,
y a veces me pregunto:
¿A qué habré venido?
―Tu silencio mengua ante mi ímpetu arcano.
¡Que ellos crean en lo que quieran!
En la muerte, la esperanza, Dios.
Pero yo, yo no me arrodillaré
ante tu eminencia,
mas sí reclinaré mi cabeza
para soñarnos vivos.
Epitafio
Cuando llegue el día en que nos falte el aire
y la luz ya no entre a nuestros ojos
y sea la tumba la que nos aguarde:
por favor, no tengan piedad de nosotros.
Dios orgiástico, que bien lo sabes todo,
desde mis más simples errores
hasta cada uno de mis logros,
te imploro, que no me perdones,
cuando forme parte del aire
y mis ansias inmortales sean una con el polvo.
Ni ella pudo perdonar,
si fue su culebreo de serpiente
y su sonrisa atrayente y lasciva,
mi condenación por morder
de esa manzana podrida.
Y cuando llegue el día, y la hora
en que mi pecho crepitante ni al respiro asista,
cuando mi garganta en hosquedad suelte
el último clamor ya sin saliva
y me silencie para siempre
delante de la muerte que se avecina,
sobre el desgarro de mi pobre alma,
ahí, en un ataúd dejaré estos versos
que serán los restos de mi vida.
Escribir un poema es tan difícil
«Difícil cada vez más la poesía»
Carlos Martínez Rivas.
Escribir un poema es tan difícil,
cuando ya casi todo está escrito.
Al poeta solo le hace falta decir,
menoscabadamente, que la poesía,
y más ahora, se ha convertido en un mito.
Nos hizo falta tener alas,
descender al infierno,
creer en el Diablo antes que en Dios,
y darnos cuenta, que al final de la muerte
no hay más nada.
Todo es en vano,
no cuando se encuentra la palabra
ese Pájaro en el cielo,
o el Caballo salvaje en la colina,
—tampoco es para tanto— porque si no es el misterio
y la gloria, entonces la ruina.
Los poetas se parecen tanto a los Ícaros,
sobre lo más elevado.
Derretidas alas por el sol,
para hundirse por siempre en el mar.
Si yo te contara…
y antes, Corbière: «Maldito este oficio de perros».
Los poetas, al igual que los dioses, y los santos,
están muertos.
Sólo los atesora la palabra,
oral, echada al viento
y al silencio, pero no extraviada en la memoria íntima.
Imagino que todavía existen algunos por ahí,
cargando nidos en sus pechos,
o transformando en señales
todo lo que tocan con las manos,
sucias o limpias,
metiéndolas al fuego
por quien aclamay se posa desnuda
fijamente ante larosa mirada.
Bilogía Romántica
A Hazel Reyes.
I
Yo que creí burlar el inexorable y brutal
poder del Amor
heme aquí
C o n d e n a do como la piedra a ser piedra
como la flor a ser flor.
Tú que sobre todos los hombres
me elegiste a mí
vasta e inimaginable sensación elevada
a la potencia del corazón raudo:
Mirada, gesto, palabra
Así un secreto ceñido a los labios
¡Oh! Las líneas de tus manos como un epigrama.
II
Hay días en los que aborrezco mi sobria existencia.
Días que son para mí un espejismo,
pero no hay noche en la que no te vea
como un pensamiento que, de pronto, olvido.
Días y sin aviso se cae la casa,
se incendia, y a empezar de nuevo
desde el jardín hasta la puerta de entrada.
Al menos te di:
Un pedazo del mar.
Un poema de amor.
Un libro.
Bohemia
El rey de los borrachos
tomó medidas cautelares.
Premeditó:
«El mundo vive en convulsa estupidez».
La sobriedad le duró seis días.
Luego, se emborrachó.
Managua City Blues
I
Poseído y ebrio al fin me explayo en todo
lo idealizado por el hombre, hasta ahora,
y principalmente en la incertidumbre
de vivir en duplicidad, entre otros yo.
II
Mientras envejezco, con esto
la poesía,
me enviajo a través de sus lindes
hacia la expiación de una infinitud mayor
que son los tres rostros del alma
invadida
donde se esconde ante los ojos del mundo
ante los ojos tristes y miserables del mundo
el verdadero Dios.
III
Todos en exilio terrenal
excepto yo
que vivo exiliado en mi propio cuerpo.
Mi espíritu se hace trescientos años más joven
mientras el tiempo pasa con su pretexto
venidero.
He reencarnado, quizá y hasta haya muerto
suficientes veces ya,
como para lapidar
con un centenar de nombres
distintos cementerios.
Borrachos sin fronteras
En la Taberna
me siento y presencio el espectáculo
de borrachos que luchan entre ellos mismos
por saberse quién más decadente.
La música trae viejos recuerdos, acaso sepultados
de amores perdidos.
No he almorzado–adrede–.
El licor cumple su función.
Vuelve a mí el rumor de tu beso traicionero
de la muerte.
Me confieso con el mozo.
Solo asienta con la cabeza, sí, dice,
pareciera entender todo lo que digo.
Solo le importa que pague la cuenta.
Declamo un poema.
Hay aplausos.
Alguien manda a mi mesa otro litro.
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Salvador Zambrana Gutiérrez. Managua, Nicaragua (1997). Estudia Comunicación en la Universidad Centroamericana (UCA).Textos suyos han sido publicados en revistas digitales como Liberoamérica, Letralia, El Camaleón y Ágrafos, y ha colaborado en la revista y editorial Buenos Aires Poetry.Fue incluido en la antología Imprecisa imagen de los noventa publicada por Revista Abril.