UNA CRÓNICA: LOS ÁRBOLES TAMBIÉN CRECEN SOBRE EL ASFALTO de Raúl Padilla Fernández
(Texto publicado originalmente en la Revista cubana Enigma). y 7 poemas de Carlos Gerardo
UNA CRÓNICA: LOS ÁRBOLES TAMBIÉN CRECEN SOBRE EL ASFALTO
(APROXIMACIÓN A LAS CALLES DE SAN SALVADOR Y A UN POETA GUATEMALTECO)
A principios del año 2018 en una de mis visitas a El Salvador, conversé con el joven vendedor de libros Josué Andrés Moz, con quien el querido Manlio Argueta (novelista de renombre en el país y director de la Biblioteca Nacional) me puso en contacto. Recomendándolo como alguien que podría conseguirme títulos de poesía de reciente factura y que además podría darme una que otra recomendación de los libros escritos en región centroamericana. No tenía mucha confianza en estas palabras, pero tampoco tenía de otra más que poner mi fe en el tipo despeinado que me recordó inmediatamente a Héctor Lavoe en su etapa de juventud.
Al platicar con Moz en uno de los bares tradicionales del Centro de San Salvador: ‘‘Los Encuentros’’, me hizo un recorrido por autores jóvenes que le parecían importantes.Habló sobre las constantes temáticas, tenía un tipo de teoría acerca de cómo la posguerra ha tenido influencia directa en la escritura de autores nacidos en los 80’s y 90’s en El Salvadorcon respecto a la evocación de la familia y a partir de allí me dijo casi como quien te indica que debés probar las Pílsener: ‘‘¡Vos debés leer a Carlos Gerardo, te va a llegar!’’.
Me explicó que Guatemala y El Salvador comparten muchos intereses acerca del lenguaje, que tienen referentes en común y que el espíritu de los escritores menores de 50 años pareciera ser uno mismo entre los dos países. Al instantedijo que me regalaría una edición de ‘‘Genealogías’’. Abrió la maleta, y en medio de las cervezas, la rockola sonando y los panes con ajo que comíamos en ese momento, decidió que era buena idea abrir también el libro y leer algunos poemas breves. Leyó uno de los tantos poemas titulados MADRE, luego otro par de los que llevan como título PADRE; y lo hizo hasta que me sentí ampliamente miserable. Recuerdo uno de los más dolorosos:
Detrás de una ventana
mi madre me espera
como se espera la lluvia
cuando la cosecha
ya se ha perdido.
Tomé el libro, lo guardé y seguimos bebiendo. Esperamos al director de la Casa del Escritor y Museo Salarrué, (quien pensé: debía ser alguien sumamente serio y protocolario), porque en mi experiencia con ‘‘directorcitos’’ de varias instituciones en otros países de la región, no había encontrado un poco de calidez. Serrano llegó, puso algunas canciones de Mariah Carey y se unió a la plática. Afortunadamente me había equivocado.Llegamos a altas horas de la noche. Reímos, me platicaron sobre personajes de la fauna salvadoreña, reímos de nuevo, bebimos hasta ver las calles tambalear y nos olvidamos de los libros.
8 días después estaba de regreso en la Habana. Como sabrán aquellos que viajan constantemente, parece que después de la visita a un país, la distancia siempre logra en el cuerpo y en el alma un tipo de resaca, una nostalgia que presiona el pecho y uno siente la necesidad de transportarse de nuevo a las tierras que acaba de abandonar. Como alguna vez escuché decir a una querida amiga mexicana: Centroamérica es una trampa de dolor y de ternura. No tenía duda alguna de que esto era cierto.
Decidí revisar la maleta, traía muchos libros inútiles que me habían regalado. Por algún motivo era fácil separar qué leería y qué no, 5 páginas bastaban para revelar las intenciones de ciertos estafadores (no es de extrañarse, en todos los países existen).Habían poemarios pretenciosos, algunos libros ganadores de juegos florales con muy poco sabor, y uno que otro error cometido por mi propia cuenta, pero también traía recomendaciones entregadas por varios de los poetas jóvenes y uno que otro poeta viejo de El Salvador. Llegué pues, finalmente a ‘‘Genealogías’’.
Comencé a leer, ahora en silencio, sin la interferencia del alcohol o la rockola. Encontré en este guatemalteco un aire de frescura, muchísima claridad sobre el rumbo que llevaría su libro, un aire desenfadado, pero a la vez una melancolía profunda y una ternura que no puede nacer de otro sitio sino de la cuidada introspección. Carlos Gerardo no sólo evitaba los artificios y las imágenes retorcidas, sino que estaba desnudo en cada una de las páginas.
Después de la lectura no sólo recordé a mi padre y la infancia terrible que tuve a su lado, sino también cómo mi madre y mi hermana habían sido (injustamente) pararrayos de la mayoría de mis desgracias. No escribo esto para ganar la conmiseración, ni para que el lector u oyente de este texto agache el rostro. Lo digo con la intención de hacerles comprender hasta dónde las palabras son capaces de llegar. Los grandes temas en la poesía, hoy por hoy parecen estar siendo prostituidos por rimadores irresponsables y cansados poetas de largo y mal aliento.
Pensé después del último de los poemas, que no había acá sino una precisa declaración de amor hacia el dolor de la infancia, hacia la identidad del hombre. Las referencias religiosas, esos grandesintertextos bíblicos, me hicieron pensar en el sacrificio y en los mitos fundacionales. Somos al fin y al cabo en estos países de habla hispana: pequeños imperios fundados sobre la muerte y el dolor.Vivimos queriendo entenderlo.
Carlos Gerardo asume su identidad, no culpa a los padres por quién es, entiende las heridas y nos hace comprenderlas.
La rabia no es parte de este libro. La conmiseración tampoco es el sitio al que el autor quiere que lleguemos. El puerto está seguro. En palabras del poeta:
Hace unos años yo daba golpes contra las paredes
buscando algo con qué dejar mi huella en aquel árbol
hasta que la sangre escurría sobre el suelo húmedo de agonía.
Hoy he preferido la vergüenza.
No escribiré con fuego sobre la piel de mis padres.
Llegados a este punto, no puedo sino decir que, entre los autores guatemaltecos de esta época, Carlos Gerardo es uno de los más responsables y uno al que deseaba seguirle la huella. Llegado diciembre, Andrés Moz escribió a mi correo, me alegró mucho saber que el motivo era informarme acerca de un premio recibido por este autor guatemalteco, el libro ganador fue ‘‘Intemperie (poemas y ruidos)’’, el cual Moz decidió compartirme en PDF, pero que a la vez me pidió que no debía compartir archivo del libro con nadie porque aún no se publicaba y porque no había pedido permiso a Carlos Gerardo, sin embargo, jamás me dijo que no podía hablar de él en una reseña breve para esta revista.
Intemperie, resulta un libro muy distinto a Genealogías, tanto en orden temático, como en su forma. Me permito decir que es también un paso arriesgado por parte del autor, quien ahora se vuelve más conversacional, quien incorpora no sólo el explosivo y espinoso lenguaje del pueblo, sino también traslada pláticas completas, escenas demasiado cotidianas, consejos, canciones (como amor prohibido de Selena), carteles publicitarios (posiblemente de Facebook), etc…y es de esta manera que revisita el cuestionamiento de: dónde encontrar la poesía. Imagino a más de algún docto conservador en el futuro momento de publicación de este libro, arrugando la cara y diciendo: ‘‘¡Eso no es poesía!’’, o ‘‘Se está irrespetando la poesía’’, pero también imagino a otros tantos sonriendo frente a la página y comprendiendo estas búsquedas discursivas y de lenguaje que nos presenta el autor. Por mi parte me despido esperando que este no se haya vuelto un texto muy cansado y saludando a los poetas del Encuentro de poesía de San Salvador, y a todo aquel que llegue a este texto.
Raúl Padilla Fernández-
3 de Genealogías
Genealogía
El sol devasta el suelo de este desierto.
Un hombre junta las piedras ensangrentadas del camino
y enciende un cirio de ternura que arde en la llanura de la lágrima.
El sol devasta el silencio y el llanto.
Queda una palabra jamás dicha
Una herida de cielo en los ojos de la luz
Una libélula que choca
y no logra liberarse de la cárcel de las manos
que despierta en hoteles sin nombre
en las horas tenues de la madrugada
y saborea el peligro de las calles
pobladas de la risa de demonios
y ríe sin saber por qué ríe
como una raíz infértil amarrada a la tierra de la infancia.
Aquí no nacerá nada. Solo hombres hambrientos.
Y un poema de distancia
crece en la sangre
como el musgo sobre las ruinas.
Padre
Un río permanece solo. Como mi padre.
Esa vez íbamos de viaje hacia algún sitio del verano.
Hacía calor y el carro era pequeño
(era un Subaru viejo del 78).
Yo miraba los dientes torcidos de mi hermana vieja
y decía a papá cosas que a él no le importaban
mientras él metía sus dedos gruesos dentro de mi boca
y me sacaba el chicle que masticaba
para tirarlo a ciento diez kilómetros por hora
sobre la autopista.
Fue la primera vez que me fijé en los dientes torcidos de mi hermana vieja
y en el fracaso de mi padre
y en el mío.
Epílogo
Lo reconozco, sí, este es el árbol
que incrustó sus raíces en mi infancia.
En mis sueños aparece de nuevo
tapizando de amarillo el patio inmenso
y recuerdo a mi abuela enseñándome a barrer
en los veranos incomprensibles de ternura.
En él están los nombres de mis abuelos, mis abuelas
sus raíces siempre me recuerdan a los muertos
Cada quien hizo su seña, su huella
desde el tronco hasta las ramas altas los de los jóvenes.
Hace unos años yo daba golpes contra las paredes
buscando algo con qué dejar mi huella en aquel árbol
hasta que la sangre escurría sobre el suelo húmedo de agonía.
Hoy he preferido la vergüenza.
no escribiré con fuego sobre la piel de mis padres.
4 de Intemperie
*
se acerca la noche
murmullo se vuelve su voz entre las voces
durante años ha tratado de engañar al tiempo
ha inventado un oasis para la ternura
y una trinchera ardiente para la guerra
ahora que se acerca a la edad del frío
se vuelve rumor silencioso la voz en su partida
y él también deviene murmullo
o silencio
ha olvidado el lenguaje con que grita la memoria
el poema es la voz que da sentido al ruido
la energía que quiere nombrar pero encuentra anarquía
el poema es anarquía
por eso el ruido vencerá siempre al poema
en ocasiones
el poema creerá vencer al ruido
lo hará más claro
más lento
dibujará un grito humano en la niebla sin fin
un horizonte de luz en la roca estéril
en ocasiones ganará el silencio
el abismo negro de la mirada entre los vivos
el poema sabe que está perdido
pero también sabe que no hay que doblegarse ante lo inevitable
aunque los días no sean suficientes
aunque las noches no sean suficientes
el poema
tratará de convertirse en los pájaros
que son hermosos toda su vida
que jamás encuentran cansancio ni silencio
porque suyo es el sonido de los colores
que nada saben de palabras ni lenguajes
el poema tratará de vestirse del nombre del instante
de encontrar su forma
la luz que deja tras su partida incendiada
tratará de ser el ritmo
el murmullo áspero
que encuentra nombres en lo sagrado del rezo
él ha buscado el poema con ahínco durante muchos años
ha dejado que su vida se escurra
como un ratón en el campo
en la pradera sin fin del lenguaje
y ha huido lejos
sin perturbar la hierba del mundo
dejarse ir / sin pensarlo / sin considerar las consecuencias
estaba seguro de que ese era el camino
juraba que era en la poesía
donde habitaba el sentido
quede ella
una verdad nueva
emergería
a pesar de su pobreza
a pesar de su ruina
sabía que las palabras son poderosas
que no importaba su edad
ni su aislamiento
lo que importaba era estar seguro
estar dispuesto a dejarse ir
sin pensarlo
sin considerar las consecuencias
dejarse ir
se repetía en su mente
no pensarlo
hacerlo
saltar
de un solo tirón
hacia el vacío del aire
hacia la nada
hacia el frío
que esa noche
torturaba sus huesos envejecidos
dejarse ir
repetía
dejarse ir
mientras estaba tendido en el catre
con un cigarro
que se consumía
entre sus dedos
con un abrelatas
que esperaba
paciente
el alimento
que no llegaba
jugaba con el abrelatas
entre sus manos
abría una lata imaginaria
mientras se repetía
dejarse ir
dejarse ir
dejarse ir
el canto de las sirenas
han venido a cantar las sirenas esta noche
han venido a cantar tu partida
se han deshecho los tapones de cera
los tapones de metal que atravesaron tu cráneo
tenían un sonido más largo
más fuerte
que el canto de aquellos seres luminosos
que no buscaban amarte
que ni siquiera tu pecho buscaban
para desnudarlo y amarte
con sus besos eléctricos
han venido las sirenas preguntando por vos
y quise encontrar en sus notas
la razón de tu ausencia
esta noche han venido las sirenas
buscaban tu nombre como un color que no existe
buscaban tu alma en su fugaz despedida
han venido las sirenas esta noche
a encender en mi cuerpo dolorosos destellos
colores cálidos para incendiar el silencio
han venido esta noche las sirenas
me pediste que te atara al mástil de este barco terrible
que amarrara tus manos
tus piernas fuertes
tu jadeo
tu mirada
tus palabras
el latido salvaje de tu corazón
pero las cuerdas no pudieron con todo
amor
y te fuiste con ellas
para que te buscara para siempre
en la noche infinita
metele otro
pues te estuve llamando mano
para contarte que ya estaba la revista
para que brindáramos
que nos tomáramos algo para celebrar
y como no me contestaste me fui a buscar a esta amigaJenny
pero su hija me abrió la puerta
y me dijo que no estaba
entonces me fui solo
a tomarmela botella de whisky
a una tienda
eran ya como las diez de la noche
ahí por la Parroquia
y en eso se me acercaron cuatro individuos
cuando iba ya caminando para mi carro
¡dame tu billetera y tu teléfono!
me dijeron
y se los di
pero me seguían golpeando vos
y una de las mujeres que iba con ellos decía
matalo
metele otro
ya me habían metido un cuchillazo en el estómago
me metieron el otro
y yo ya les había dado todo lo que cargaba
y la mujer gritaba con aquel odio mano
que me dio miedo que de verdad me fueran a matar
Carlos Gerardo González Orellana. El Jícaro, El Progreso, Guatemala, ( 1987) Poeta y profesor de literatura en la Universidad Rafael Landívar. Se licenció como ingeniero químico y posee una maestría en filosofía. Estudió literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Es miembro del grupo de trabajo de Clacso "El Istmo Centroamericano: repensando los centros". Ha publicado los libros Música rara (editorial Alambique, 2015), y Genealogías (Premio Ipso Facto 2016, editorial equiZZero, 2017; Editorial Mandrágora, 2019). Su libro "Intemperie" obtuvo el premio Hispaniamericano de Poesía Editorial Praxis en 2019. Además ha publicado varios ensayos en libros y revistas, tanto de Guatemala como de México, Argentina y Alemania.
Raúl Padilla Fernández (La Habana, 1967) Poeta, ensayista y traductor. Ingeniero Electricista por la Universidad Tecnológica de la Habana José Antonio Echeverría.
Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Registro del Creador Literario. Tiene publicados los libros Paradiso revisitado (Ensayo, Editorial El último caso del inspector, 1994), Puerto Reptil (Poesía, Editorial Raindrop, 2006) Ruido Blanco, antología de poetas contemporáneos de habla hispana (Poesía, Editorial Laberinto, 2010) y Arcoiris Monocromo (Poesía, Editorial Laberinto, 2017).
Editor de la revista Aliteral y fundador del taller literario Omisión de la noche. Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales e internacionales