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Yo, “la Nada”

Ain, a ni

Por : Melvyn Aguilar

 

 

..."Hay un posible  que le es posible  a todos los posibles"...

 

Heidegger

 

De la Nada se nutre la poética de Saúl González, pero la ausencia de algo, en determinado espacio y tiempo, no significa necesariamente su inexistencia.

Nada es indiferente, en tanto que todo expresa algo y, por lo tanto, todo es significativo, todo está de algún modo relacionado y ninguna forma de realidad es independiente. La existencia no es más que una secuencia no ordenada de sucesos y experiencias que acontecen en esa región intermedia entre el cosmos y el caos. La Nada, el vacío, fisura, grieta que verifica la transición y la trascendencia, conducto del mundo de la manifestación —espacial y temporal— al de la eternidad.

[…]

nos amortajamos con palabras, nuestra partícula elemental, nuestro deber de olvido, nuestro pez con el mar detrás de sus ojos.

La propuesta de Saúl González está edificada a partir de tres sugestivos y colosales subtítulos que soportan conceptualmente el peso de sus hallazgos poéticos, contrafuertes que existen contradictoriamente por medio de materialidades etéreas: lo menor, el humo, lo vaporoso, en contraposición a una suerte de requerimientos simbólicos: la sangre, el pensamiento, Dios; recursos con los cuales el poeta construye antinomias para hablarnos de la existencia.

El planteamiento de Saúl González es estrictamente existencial. Sus abordajes, de alguna forma, nos remiten a Heidegger, por cuanto resuenan en algunos de sus poemas los ecos de aquel constructo en el que la Nada recobra significancia, pues sobre ella se asienta el ser, y la angustia y la pesadumbre son el estado emotivo fundamental de la existencia.

 

Con la mirada al frente, 

la tierra se enfrió bajo nuestros pasos.
He aquí que estamos,

tenemos hambre, arropados bajo miedo y zozobra,

aprendemos de caducidades

impenetrables.

También revolotean en su poética los operadores dialécticos de Jean-Paul Sartre, que visualizan la Nada como la negación de un ser que permite —o da lugar a— la existencia de otro u otros seres posteriores.

Nos explotan en los ojos                             

astros que se sacrifican por nuestro nacimiento.

Cúmulos de civilizaciones perdidas,   

incipientes, nonatas,                                        

nos antecedieron.                                

Prepararon el aire                                              

en el que nos permitimos la nostalgia.

En su poesía hay evidencias claras de una aflicción apabullante, un dolor primario que martiriza al poeta.

Uno es eyectado del vientre de su madre

como tiro de cañón,                          

 lanzado del útero al éter,                         

 a la luz de los colores y los géneros,

condenado a ser una ruina                   

que debe levantarse                            

sobre sus pies temblorosos.

Es como si el poeta nos hablara de un lugar trágico donde se padece el haber sido arrojado a un sitio indomable y confuso que dificulta “el ser posibilidad” en un ámbito configurado para todas las posibilidades, pero donde lo significativo debe ser ordenado para sobrevivir al caos de ese espacio cuya naturaleza es vacío, “la nada irrealizante”.

Uno es una sombra arrojada al suelo,

urgido de mamar la leche mundana,

con las uñas enterradas en un poema  

o en la enigmática               

 inmaterialidad de la memoria.

Al poeta, la existencia le duele como un naufragio, como una tortura, pero, pese a todo, la transita rumiando las distancias. Con sus huesos sellados de muerte y desencanto, circula con la sensación de no estar vivo. Circula y sucede.

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En la segunda parte, Saúl González da un giro metafísico y se plantea lo corpóreo como un estado parcial y efímero de la existencia, una circunstancia del ser donde la vida es un ligero y fugaz estado de concatenaciones, sucesos y accidentes cruzados, significados por formas objetivas, y donde la muerte es tan sólo un tránsito. No se paraliza el poeta, en tanto comprende que detenerse es dejar de ser posibilidad. Por eso mismo, le habla a la muerte, la mira a los ojos preguntándole: ¿Sos vos la pálida puerta creada?

Seremos uno, eso es inobjetable,               

y es posible que entonces nos asombre

que ya hemos sido un trozo de tu nombre

en un tiempo lejano e insondable

en el que fuimos parte de la nada,

antes de nacer y de ser substancia.  

Sos vos la pálida puerta creada

para recordar esa circunstancia:      

que una vez fuimos y seremos nada,

ascenso del humo, olvido y distancia.

Después, recurre al simbolismo, hablándonos de pájaros y ríos para acentuar la idea de lo efímero de la condición humana, y del humo, como símbolo eje [valle-montaña] / relación [Cielo-Tierra], columna vaporosa como vínculo y camino a la sublimación, transformación, crisis, metamorfosis, cambio de forma, alma separándose del cuerpo, estado alterado de la existencia. La Nada, el A ni, como región del ser absoluto.

Un pájaro               

es sangre seca.

[…]

Un pájaro es una hoja.

[…]

Nunca sabrá que ha muerto.

Un pájaro  sólo es humo.

A veces, sus recapitulaciones recurren al [mundo-parábola] y nos susurra con ternura las intuiciones del “materialismo real” del viejo y sabio Watanabe, donde la observancia de la naturaleza ocupa un lugar esencial en la reconfiguración de la relación entre el sujeto y su entorno, como posibilidad de objetivar sus propios conflictos.

Condenadas a la infamia    

de un ser concreto.

[…]

Las tortugas                    

 tienen el corazón de arena.

Nos dice el poeta Saúl González en su texto “El difícil comienzo de la tortuga boba”, donde nos sigue hablando acerca de ese tránsito perpetuo e indómito que se llama nacimiento, existencia; de esa encrucijada donde nada sucede y sucede todo, incluso el amor.

En el tercer estadio de Aproximaciones a la nada, un autor más intimista nos lleva al amor como epílogo de la muerte y al desamor como accidente vital, donde el ser se desvanece y se recrea con la noche, el silencio, la pérdida y la soledad, y donde los objetos de deseo son siempre una contigüidad.

La Nada como condición abisal de la existencia, como océano dinámico y catalizador del ser, [espacio-tiempo] donde todo es y nada se concreta, porque todo se transforma vertiginosamente.

Aquí, el poeta recurre a la sangre y al vapor como símbolos, donde el color rojo de la primera se corresponde y apela con los ángulos del orden de lo cromático y lo biológico, como final de una serie que tiene su origen en el amarillo de la luz solar y, en medio, el verde de lo biológico; donde la evaporación remite a la sublimación de la vida, ciclo dinámico en el cual el agua se condensa y retorna a la tierra como líquido fecundante y celeste. Lao-Tse decía: “Si circula por la altura, origina la lluvia y el rocío. Si circula por lo bajo, forma los torrentes y los ríos. El agua sobresale en hacer el bien. Si se le opone un dique, se detiene. Si se le abre camino, discurre por él. He aquí por qué se dice que no lucha. Y, sin embargo, nada le iguala en romper lo fuerte”.

El lector encontrará en Aproximaciones a la nada poesía circular, profunda en su simpleza, arraigada en la tradición y finamente elaborada desde la emoción como disciplina.

Melvyn Aguilar

San Salvador, El Salvador

19 de noviembre de 2019

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