top of page
baner 1.png

8 POEMAS DE JAIKO JIMÉNEZ*

VERSOS DE LA CASA DE LA INFANCIA (POEMA I)

Mi infancia está regada entre rincones devorados por el tiempo,

soledades dispersas por una casa que ya no existe;

mi infancia es un lugar que no encuentro;

¿acaso fue, alguna vez acaso, en los aviones de papel quizá...?

 

Hoy solo quiero decir,

decirme,

invocar palabras a modo de salvación;

justificar la levedad de mi existencia

reconociendo que no hay libertad posible;

pero mi condición de hombre me anuda la garganta,

y es inevitable el precio a pagar por los silencios pasados.

 

Debo confesar que no hay un recuerdo distinto

del de  mi cuerpo tirado en una esquina desde la cual se ve pasar el mundo;

y qué es el mundo sino un montón de imágenes extrañas que pasan frente a ti

sin siquiera notar tu existencia.

 

¿Será que en verdad estoy,

aquí, conmigo,

existiré de veras?

 

¿Acaso seré yo mismo otra imagen extraña que pasa también frente a los ojos de un niño

que no conozco?

VERSOS DE LA CASA DE LA INFANCIA (POEMA IV)

 

Todo afuera es un lugar que no conozco,

no sé  si la economía crece o cae en picada,

aquí nos defendemos con las uñas,

tenemos la mirada llena de pan

y en la barriga una esperanza.

 

Aquí cada día es un misterio,

una espiral sin fin de posibilidades,

un transitar sin zapatos sobre veredas de angustias y glorias.

 

Vivimos con la puerta cerrada para que no moleste nadie,

miramos la novela de las ocho,

hablamos de los lujos de los ricos,

y nos acostamos a morir.

 

Esta noche no hay abanico y toca  sudar un poco,

es decir,  bastante.

 

Mamá me echa fresco con un pedazo de cartón,

y mientras duermo,

sueño que vivimos en el norte

y sueño también que hace frío.

 

NOSTALGIA

 

 

                        (A la señora Murriel, in memoriam…)

 

 

Si tan solo pudiera esta noche irrumpir en el tiempo

y abrir esa cortina gris que nos separa de los fantasmas;

pero pasa que tú no eres un fantasma

y pasa también que no existe el tiempo ni hay una cortina gris.

 

Nostalgia hay,

el deseo de despertar un día y verte allí

sentada en tu mecedora vieja,

sí, en tu mecedora, vieja;

vistiendo esa bata de flores azules

y una sonrisa desgastada.

Tú sabes muy bien lo qué es el tiempo, Murriel,

tu sola mirada me hablaba de su furia.

 

Quisiera de vez en cuando tocar a tu  puerta

y decirte que los enemigos de los sueños se han ido,

que aún hay pan para la hora del hambre,

y que permaneces intacta en los recuerdos.

 

Decirte de una vez por todas

levántate,  

es domingo

y afuera llueve.

 

En cada lluvia creía poder verte.

 

Era como si la lluvia fuese tuya,

como si fuera tu voz.

 

La lluvia siempre fue ese espejo triste

en donde buscabas tu rostro.

 

Te fuiste una noche detrás de la lluvia,

oculta en la niebla de mi sueño más pesado.

 

Te fuiste

para habitar en una patria silenciosa;

sin temor a los monstruos bebedores de sangre,

quisiste irrumpir en la lúgubre morada de los muertos.

 

Se acaba mi infancia de golpe,

y de pronto

todo duele;

todo se acaba,

todo corre tras de ti,

mujer de muchas sombras.

 

Todo empieza a diluirse irremediablemente;

solo queda la dureza de tu ausencia,

y tu nombre,

solo tu nombre que invocaré a la hora del olvido.

 

 

 

LA CASA NO CAE

 

La casa no cae,

aunque se haga polvo y ceniza.

Aún cantan los pájaros desde el tejado,

todavía se encuentran ojos en las ventanas.

 

La casa no cae aunque le prendan fuego.

Aún ladra el perro del vecino;

el vecino, el perro, los ladridos…

Aún hay vida dentro de la casa.

 

La casa no cae aunque le entren a  martillazos,

aunque tiren abajo la madera ya podrida;

aunque nos echen a todos

con solo dos monedas para el camino.

 

La casa no cae

porque tiene alma,

porque todos aquí somos de piedra

y estamos hechos de sol;

por eso no cae la casa,

porque la llevamos en el pecho,

aquí nos arde, nos muerde,

no cae.

 

La casa no cae

porque hay un niño que juega con su trompo de platillo y clavo,

porque aún hay memoria para el abuelo y sus cuentos,

y porque no se ha rendido nadie,

la casa no cae.

 

La casa no cae porque aquí nadie ha caído,

porque la casa tiene sangre y se echa a andar,

porque todavía los domingos se come arroz con coco,

se escuchan los combos nacionales

y se habla más inglés que español.

 

La casa no cae porque somos fuertes,

porque la chomba pelea por sus pelaos,

porque se reza a primera hora

y a la segunda se trabaja.

 

La casa no cae,

permanece intacta,

estoica la casa

sin agua y sin luz.

 

La casa no cae porque tenemos dignidad

y,  aunque la hierba se coma el recuerdo,

siempre le queda algo a la nostalgia.

Es tan pequeña la casa que no se pierde nadie.

 

Llena de gente que como puede se acomoda,

dormimos tan pegados que hasta el sueño se comparte.

 

Aquí todo es muy simple,

nos alegramos con tan poco,

a diario sacudimos el miedo y salimos a vivir;

juntamos nuestras manos

y cada día damos gracias

por habitar en una casa,

que no cae.

 

 

SENTIR DE UN HOMBRE COMÚN (POEMA 5).

 

Devuélvanme la voz,

los zapatos,

la sola mirada con la que a veces creía poder alcanzar a los pájaros de la libertad,

y las manos, la ilusión del tacto, de la cercanía.

 

No cabe aquí otro silencio.

 

Empiezan a brotar quejidos como lava,

saltan desde la otra parte de mí y todos corren.

 

Es la hora de escapar,

la hora de los prófugos.

 

Las cárceles se han desvanecido,

y el juicio y el poco orden que quedaba.

 

También ha volado la última esperanza que hace solo un momento poblaba los bordes

y me invitaba a la inserción en lo gregario.

 

¿Dónde estás?

¿También tú te has embarcado mientras dormía?

 

Te has ido sin decir adiós, ni a dónde, ni buena suerte,

ni hasta luego.

 

Busco una puerta que se abra a alguna parte;

entrar o salir, qué importa,

no quiero perecer aquí.

 

No quiero podrirme en la inmovilidad, la impotencia;

no quiero morir a la orilla del encuentro.

 

No, no quiero.

 

Tan solo busco luz,

abrir los ojos y sufrir su incandescencia,

reconocerme allí en frente de mi sombra.

 

Y a cada yo,

y a cada porción de lo palpable.

 

 

 

SENTIR DE UN HOMBRE COMÚN (POEMA 7).

 

 

No he de caer.

 

Allá en el fondo hay bocas que esperan por mí.

 

Desesperadas me reclaman para su hambre.

 

Es la hora de huir,

la hora de la única partida,

de salir volando en una nube triste.

 

Se han acabado las treguas,

he visto perderse en el horizonte la última piedad,

el cuerpo marcha a la dureza del sepulcro,

y la noche se ha bebido la última esperanza.

 

No, no he de caer.

 

Mi cuerpo demolido no soporta ni la brisa más liviana,

cualquier caricia ha de lastimar mi carne, mis huesos;

la mirada más tierna me hace trizas.

 

Quiero vivir, quiero disgregarme entre los matorrales,

habitar entre las fieras,

rajar el cielo cual relámpago en bifurcación,

brotar a la hora del silencio,  una vez más,

conocerme y reconocerme.

 

No quiero ser más la sombra de mi sombra,

la hoja errante que seca se pierde en el anonimato.

 

Abrir esa puerta quiero, quiero palpar,

quiero ser un poco más que nada,

 y quiero.

 

No, no he de caer.

 

He de ocultar la piedra que soy,

el ave que soy, la risa que soy,

la lluvia que soy.

 

Me he de salvar por vez primera,

permaneceré oculto

detrás de este cuerpo ajeno,

detrás de esta piel ajena,

de este dolor ajeno,

sufrido por el otro yo que soy,

y por mí.

 

Pero no he de caer.

 

En el momento más absurdo

abriré las alas de par en par,

a la hora en que el verdugo duerme,

y volaré como lo hace un poema,

hacia el lugar del encuentro,

de la comunión del cuerpo con su sombra.

 

 

CARTA AL QUE FUI

 

Te escribo desde la otra orilla,

ha pasado ya tanto...

 

¿Sabes?, a pesar de todo te echo de menos.

Extraño la brisa apacible,

los jardines de la infancia.

 

Todo pasa tan deprisa

que es casi imposible darse cuenta.

 

¿Recuerdas a los monstruos bebedores de sangre?

Se hicieron pequeños con el tiempo;

un buen día miré por debajo de la cama

y se habían ido.

 

Cuando uno crece son otras las cosas que te importan.

No creerás lo que importa cuando uno crece;

si te digo pensarás que es absurdo,

y qué más da, pronto serás adulto

y buscarás también aquellas cosas.

 

Aprendí que crecer es irse desprendiendo de uno mismo.

Sin darnos cuenta, nos vamos dejando en los rincones de la vida.

Quería decirte que la lluvia no ha cesado,

llueve a cántaros, como siempre;

lo malo es que al crecer

se va quedando uno sin refugios.

Ya no es mirar la lluvia desde la ventana,

sino la ventana desde la lluvia.

 

No existe tal calma después de la tormenta.

Después de una tormenta le sigue otra

y luego otra,

cada una más terrible;

pero descuida, vamos creciendo,

y esas cosas uno aprende a soportarlas.

 

Ay, si te contara todo lo que hemos soportado.

 

Uno de pronto se queda sin lágrimas;

un día cualquiera las buscas,

y ya no las encuentras;

es entonces cuando toca guardar silencio,

ese terrible silencio en que se ahogan las nostalgias.

 

No queda más que ser valiente,

pasearse descalzo

sobre el tortuoso filo de la vida.

 

 

 

 

HA SIDO EN VANO

«Vamos acercándonos al borde del abismo

ebrios de plenitud».

 

Sandra Collazos McPherson

 

Hemos mirado a la esquina opuesta de la miseria,

dándoles la espalda a los pregoneros del hambre,

sin detenernos siquiera a saludar a los ausentes.

 

Hemos bebido hasta embriagarnos,

el vino de los bares,

el sueño de los niños sin sueño,

y aun el néctar inmaculado de las flores,

pero no ha sido suficiente.

 

Son demasiados los espejos que se niegan a albergar el espanto.

 

Y nos sentimos solos,

terriblemente solos.

 

Asustados,

ocultos entre pétalos de noches arrancadas con violencia,

sabiendo que el mañana es una sombra,

que crece, como en el pecho la nostalgia,

mientras nos vamos acabando con el tiempo.

 

Hemos mirado la luz hasta deshacernos los ojos.

No hay adónde ir.

 

Entramos a las fauces de la vida,

huyendo de la certeza de la muerte,

y no encontramos sino máscaras y espejos

que se rompen con el ruido de nuestros pasos.

 

No queda más que desnudez,

sufrir ese retorno al vientre,

dejando nuestra huella en el cristal más frágil,

sabiendo que la vida es una trampa.

 

 

 

Y aunque vivamos con el ímpetu del fuego,

sembremos un árbol, escribamos un libro,

y esparzamos en los campos la semilla,

sabremos que no ha sido suficiente.

*Jaiko Aquilino Jiménez Caín  (1994) Licenciado en Comunicación Ejecutiva Bilingüe por la Universidad Tecnológica de Panamá. Aparece en la antologías “Poesía emergente de Panamá” 2017 y “Poesía panameña reunida” 2018. Obtuvo el primer lugar en el Concurso Universitario de Poesía 2016, convocado por la universidad de Panamá, con su poemario Versos contra el olvido. Con El ser y la nada recibe Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Joven “Gustavo Batista Cedeño” 2015. Ese mismo año sus trabajos Versos de la casa de la infancia y Sentir de un hombre común fueron premiados en el concurso nacional de poesía León. A. Soto. En el 2017 publica su primer libro de poemas llamado ‘’Dos edades en la biografía de un hombre común’’ bajo el sello editorial el duende gramático. En el 2018 publica “Contra el olvido” con el respaldo editorial de la chifurnia, El Salvador. En el 2019 gana el concurso nacional de poesía joven Gustavo Batista Cedeño con su obra “Vagando entre oscuros laberintos”. Sus textos además han sido publicados en diversos medios digitales e impresos del país.

17.png
20 panapng.png
18 panama.png
bottom of page