Dos textos literarios, estructurados y organizados como libros de poesía. Yerilyn Ramírez propone Yska y Diego Quintero Emperador en llamas. Ambos tratan con el lenguaje, hablan de dos mundos, un campo de formas y sonidos que vemos y escuchamos en nuestroproceso de decodificación y redimensionamiento de los dos universos poéticos. También ambos muestras estilos y tonos diversos. La poesía costarricense, con Diego y Yerilyn incorpora a dos nuevos objetos de literatura a la bibliografía nacional.
Hace muchos años, allá por los años setenta, recuerdo haber comprado, en una librería de la Universidad Autónoma de Nicaragua, un texto que fue revelador acerca de lo que se pretende entender como poesía: Estructura de la lírica moderna, de Hugo Friedrich un alemán filólogo y estudioso de la filosofía, la historia y el arte.
Desde el inicio nos plantea que acceder a la lírica europea del siglo XX no resulta gratuito, debido a la carga de enigmas y sus misterios. Más adelante dice que hay una gran fuerza expresiva que sintetiza, de alguna manera, el momento espiritual presente, igual que lo puede tener la filosofía, el drama, la música, la pintura o la novela. Por otro lado, agrega que la oscuridad de la lírica fascina, al mismo momento que la aturde, y que entonces palabra y aura de misterio “subyugan aunque no acierte a comprenderlas.” Concluimos que la poesía viene a ser la “disonancia” que implica la tensión que se aproxima más a la “inquietud” que al “reposo”. De todo esto encontramos en estos dos jóvenes poetas que asumen una poesía contemporánea escrita en Costa Rica, pues la poesía es universal y no tiene nacionalidades.
Para nadie es un secreto que la poesía latinoamericana actual intenta la confrontación contra cualquier forma de poder desde el lenguaje mismo, propone y enfrenta un mundo multicultural, así como los problemas de la autoría. Por otra parte, José Kozer, habla de una poesía actual neobarroca, en que los caminos de la poesía se entreveran, se entrecruzan, “donde todos los centros conviven asimétricamente, de modo que la asimetría es el nuevo orden, la nueva armonía”. Eduardo Milán expone la coexistencia de varias formas de la producción poética actual. No podemos olvidar la presencia latinoamericana de Nicanor Parra, quien asume cierta crítica de las vanguardias que señalan el arte y su recepción con cierta complicidad de un “proceso conjunto de enajenación”, lo cual impide la conciencia de ello y la “posibilidad de superarla”. A la par de esto, o en constante avance, los poetas latinoamericanos empezaban a abjurar de figuras como Lezama Lima, un Borges, Vallejo... Pero estos nos llegaban transmutados en nuevas voces como la de este último, en Juarroz o Gelman. En México descollaba por su influencia José Emilio Pacheco.
También corresponde indicar, como lo señala el crítico Julio Ortega, cierta homogeneización de las voces emergentes, cuando por circunstancias particulares de poetas convergidos, asumen las modas, de una u otra estética.
Volviendo a los dos libros que nos ocupa, la intención, si la hubiera, de Yerilyn, es una especie de gimnasia poética, verbal, y el acondicionamiento del músculo literario para que nos sintamos, como lectores, relajados y dispuestos a decodificar un mundo, aparentemente, cercano a la experiencia cotidiana, y a la sensación de que estamos participando de una experiencia ajena y a la vez propia. Ajena en tanto al sujeto lírico corresponde lo creado por la autora, y propia porque somos (como lectores) quienes decidimos qué hacer con el mundo poético entregado por la poeta.
Desde el primer poema hay una especie de desenfado contra el tiempo; esto lo determina los días, en contraposición con el aprisionamiento que padecemos por las costumbres, las cuales intentan normar gozos y placeres que, en resumidas cuentas, no tienen importancia debido a su inevitable fugacidad. Con el título de un poema, la autora nombra el poemario. Yska propone la magia en Macbeth, como oficio, para convocar truenos y relámpagos, o el esperpento de vivificar la primavera semejante a “un puerco que aguarda la muerte”.
Esta magia poética es la silla en un “sótano que no existe”, es una ciudad como Klokova que llora centauros, y las horas son horas, horas, y horas en un corazón que libra al mismo corazón de nuestros fantasmas. Yska se convierte en la onomatopeya de un porcino o el golpe surrealista de un labio que tiene el tamaño de una casa; es el sujeto lírico ante la figuración lingüística y plástica de un lago, donde perder el habla será un para siempre. Yska hace preguntas, mientras un demonio se viste de señorita, o es la pregunta existencial ante lo imposible de no saber quiénes somos.
Yska es un poemario que apela a la luz, al juego poético sin muchos entresijos, sin la intención de complicarnos la semántica, al acercarnos a esta autora, que nos entrega una carta sin rostro, una carta plural, transparente y vital. Yska existe en la medida que la poesía deja de ser circunstancia y se convierte en lo que es: asombro, conocimiento, magia y palabras (disonacias).
A Diego Quintero, autor de dos poemarios, Estación Baudelaire y Taskent Soledad Ultra, lo considero un poeta interesante, no solo por lo que dice, sino cómo se asume como poeta, al plantearnos un mundo de fragmentos constantes, en que lo inconcluso concluye con lo inconcluso. Algo así me pareció escuchar algo, en una ocasión, de su propia boca. En el texto poético llamado Emperador en llamas, quizá nos mueva el sujeto lírico a ejercitar el pensamiento, ante las interrogantes que angustian al hombre moderno, el cual nace en una ciudad con fachadas de estaciones y donde la soledad resulta extrema, como lo sugiere el término ultra.
En la Revista Fogal Antonio Jiménez Paz señala de Diego algunos aspectos interesantes de la poética de Quintero. Explica que en Diego la belleza no se basta a sí misma, como también no está en ella o que le canta desde su propio espanto o vacío. Y señala de este autor su vocación por el dato erudito, lo extraño y la densidad del dolor tamizado por la filosofía y la literatura, que conduce una propuesta de la vida moderna. Podemos decir que el poeta Quintero asume muy en serio la existencia y el oficio de la poesía.
El punto de arranque, en el orden de los textos, en este poemario, asume el clímax de la cotidianidad, durante una mañana que quizá pulverice las emociones y hasta las ideas de incorporar la noción de sobrevivir, resolviendo acciones mecánicas que aturden; por ejemplo, hervir el agua, el trabajo, la acechanza de la lluvia; y, por todo esto, quizá no baste nuestra idea de lo físico, si no existiera algo más trascendente, como también imposible de atrapar con placer la vida, basada en lo racional; pero que, al mismo tiempo, dicha vida provoca el absurdo de no apropiarse de nuestra felicidad, debido a las trampas de un mundo incapaz de hacernos felices.
El olvido, paradójicamente, nos vuelve a los espacios de la infancia, a la idea de lo materno y a lo geográfico. Diego Quintero también alude al miedo en cajones que se duplican dentro de las tumbas, que no son propiamente una tumba; son habitaciones para el miedo, y en que una partícula de polvo se mueve como cosmonauta, muy cercano a las cosas que nos rodean y, a lo mejor, nos llevan a una idea de familia.
Diego, como aficionado a la filosofía, supongo, debe percibir su mundo con premisas cuyas relaciones, a lo mejor, lo lleven a los argumentos en que las conclusiones asumen los absurdos de la muerte; por ejemplo, la familiaridad terrible de ver el deterioro de un amigo víctima del cáncer. O, también, que los recuerdos sean rastros retroactivos en nuestra percepción del tiempo, en donde existen árboles, un recién nacido, una Taskent aferrada al deterioro de los tejidos muertos del tiempo; o también sea el enfisema enquistado en un call center, o el registro lingüísticos que rescata palabras como morabeza o morna. En el poema “Un joven Diego Quintero le propone a Pierre Menard reescribir a Borges bajo los parámetros estéticos del absurdo”, el elemento lírico Quintero hace que el yo lírico se convierta en pretexto dentro del poema, donde se menciona al propio autor interpelando al vate argentino Borges, en su mundo de ranuras repetidas, en que nomina al Quijote un tal Menard, el cual alude la ficción de la literatura, cuando inserta personajes en la temporalidad y espacios ficticios, donde fuera de ella la obra no existe o no puede, o deja de ser ella.
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*Carlos Calero (1953) quien nació en Nicaragua pero se naturalizó costarricense. Durante la revolución nicaragüense trabaja en los controvertidos Talleres de Poesía, a la par del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal. Ha publicado: El Humano Oficio, La Costumbre del Reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas de asombro, Geometrías del cangrejo (y otros poemas). En el 2012, en coautoría con el poeta Carlos Castro Jo, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los ochenta. Poesía nicaragüense.