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Insólita Línea de/ Héctor Hernández 

Conexiones

 

Por : Melvyn Aguilar

 

 

“La estética es para los artistas

lo que la ornitología para los pájaro”

Newman. 

 

¿Quién será el que se aventure a construir un marco procedimental desde donde enseñarle cómo volar a un pájaro?

 

No me es posible –ni querible–  enfrentarme a estos trazos desde una categoría de análisis técnico. En tanto reconozco, o creo reconocer, aquello que balbuceaba André Breton: “Los pájaros pierden primero los colores, después las formas. Quedan reducidos a una existencia arácnida (…)”. 

 

Sentencia el maestro Hernández desde su cosmovisión, que “el horizonte es el infinito” y por alguna extraña razón, ante este juicio, pienso en Piglia. Pienso en la historia que el viejo Berenson repetía en la taberna HumpheryEarwicker acerca de un pájaro tuerto que vuela en círculos, sin parar. Pienso en el leguaje –en todos los leguajes–, en todo aquello que se edifica y se expresa mediante el símbolo.

 

Me enfrento a cada dibujo propuesto y no me es dable contemplar esta colección de trazos, sin concebir cuáles son los saltos que transcurren de un dibujo a otro, cuáles impulsos eclosionan en  ´A´ y se prolongan hasta ´B´, proponiendo conexiones, delineando enlaces invisibles, haciendo que el detonante de la genetrix se niegue a morir. Hablo de sutiles y necesarias movilidades, desencadenantes, que instituyen diálogos entre una propuesta y otra, cualquiera que esta sea y que, sin importar el orden en que las enfrentemos, nos van develando sus tenues complicidades.

 

Vemos el todo y cada parte del todo. Somos niños intimando con los contornos, rastreando el recorrido de las líneas ofrecidas y, en ese reconocer travieso e ingenuo de las pesquisas, descubrimos –necesariamente – la forma, entes y figuras separadas del espacio que las rodea sin contenerlas, unidas por un esfuerzo creador que les da estructura y las deja ser en el blanco inmenso, en aquello que antes fue vacío y ahora es lenguaje y símbolo.

 

Una forma dentro de una forma, dentro de una forma… Repetición, volumen y ritmo. Juego y trasgresión de la luz. Gestación y dimensionamiento de lo que  ahora es objeto manifiesto y antes fue idea. Progresión de líneas que intentan concretar el vacío, invocando lo que en nosotros es conjetura y promesa. 

 

Algo de eso es el oficio del delineante, del operario de los trazos. Algo de eso, pero más que eso. Y es que en Hernández las entelequias, sus imaginantes, sus criaturas, son casi siempre eventos arquitecturales, vehementes desarrollos que se debaten entre lo larval y lo corpóreo, entre lo gestáltico y lo acabado. Hay en sus universos finitos inagotados universos, una suerte de coexistencias dialogantes en donde cada cual es concepto en sí mismo y referencia de algo mayor. Criaturas aparentemente aisladas que incitan al observador a detenerse en el reconocimiento de sus formas individuales, pero que entrecruzadas activan y desencadenan en el receptor procesos de gnosis que requieren otro nivel de conciencia, que invitan a la búsqueda, solicitando un nivel lógico de indagación más alto en donde el observador conecte con el discurso instalado y propuesto por el autor; o bien  deconstruya y reconstruya lo ya sugerido y redimensionado desde su propio arsenal arquetípico (sus lecturas, hallazgos particulares y universos propios). Es ahí donde se da el hechizo comunicante.

 

 

Cuando una conclusión decanta en hipótesis, cuando las dicotomías [creador y obra] [pulsum y discursus]  se abren a lo [receptor subjetivo].

 

Yo puedo mirar lo que el autor propone y a la vez puedo no mirarlo, pero reconocerlo.  Esa es la belleza del arte: el juego, la contradicción en el  arte, la creación como posibilidad de conexiones entre el autor, la obra y el observador.

 

Dice el poeta H. Mujica. El fracaso de la búsqueda / se revela en lo que nos encuentra: lo que pide ser acogido/ en el vacío de lo que nos fue arrancado.

 

En una primera lectura abro el libro, me enfrento a lo ahí propuesto y bisbiseo: lo femenino, siempre algo más armónico que lo masculino. Cuerpos que se doblan, cuerpos que se amalgaman, cuerpos que bailan. Luego pregunto, ¿a qué obedece mi juicio, a la regla o a la emoción? Y sigo: Veo un hombre pequeño, desfragmentado, caótico y ruidoso, marginado a la sombra de unas caderas altas, enormes y limpias que soportan un vientre florecido en partituras y vegetales grafías. Veo cuerpos mezclándose en un cardumen imposible de dolor y deseo, mujeres elevándose desde sus tacones rojos sobre obscenas urbes y maltrechas casas, sobre pervertidas cúpulas de iglesias. Entonces, repaso, verifico, cotejo los trazos, exploro los cimientos y surge el inveniet de curvas invisibles que se alejan de su origen, surge la danza creciente de un centro que lucha contra su entorno circundante. Se devela la espiral que soporta la creación del mundo físico, el desdoblamiento del alma abandonando el centro, viajando a las aristas del exterior donde todo es vértigo y progresiva búsqueda de lo imposible.

  

De nuevo en el libro, detengo mis ojos sobre la mujer árbol, sobre la crucifixión del rostro y la trasfiguración de lo verde en granito, sobre el anthropos-Makhaná. Entonces, imagino y cálculo todo aquello que está soportado por la geometría de las aspas, lo terrestre y lo celeste como mundos posibles, el principio de lo activo y lo pasivo, [eje y centro- puente y escala], la verticalidad de lo [corpóreo humano] en actitud dialogante con el horizonte como infinito, en el alfa y el omega, en lo que hay de fractal en lo eterno.

 

Espero que, en estos trazos que nos obsequia Héctor Hernández, no solo encontremos momentos de reposo, sino el horno sincrónico y conceptual de un once por once donde se funde el mejor metal de lo humano.

    

Miro y sueño, especulo y guardo silencio, luego pienso…

Melvyn Aguilar

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