6 TEXTOS DE RODRIGO SOTO
Ilustraciones de Héctor Hernández
ALICIA
Alicia camina en mi interior con botas de niña. Luce lazos celestes en su cabello y rima palabras en su memoria: alazán, zarabanda, usura, roer, madroño… En sus dedos lleva anillos de caracoles para comunicarse en secreto, como mediante un teléfono, con lo profundo de la tierra, donde habitan duendes, sueños y otros bichos que por las noches vienen a visitarla y le cantan canciones que, al despertar ella, aún laten en su corazón. Alicia salta y ríe entre las moras aunque a veces se espine, y en sus dedos el color de las rosas se funde con el de la sangre. A veces Alicia es una princesa diabólica y otras veces una niña de corazón alado que duerme en el pasto y cae por un agujero hacia lo profundo de la noche, donde la reciben las risas ruidosas de los gatos callejeros y otros misterios sin solución.
MENTE
La mente colinda con la nada, el espacio abierto donde todo sucede. Titila, en silencio, y atrae hacia si las olas sin tiempo. Seduce y se mece. Oficia. Es nuestro estandarte, el hilo que nos hala hacia fuera. Nos conecta con lo otro. La mente impulsa la salida, se desdobla en nosotros y nos rima con el universo. La mente conecta. Tiembla como una cortina sacudida por el viento leve y todo resuena en ella. Resuena y se hace eco que a menudo confundimos con el mismísimo sonido del mar. Es pantalla y es ventana. Es blasón (pero eso ya está dicho). La mente ilumina, atrae, abre, se expande. Somos nosotros en ella. Vibramos, brevemente, fascinados de ser un destello de su luz.
PARTIR
El que parte, se parte: sabia esta lengua en cuyos pliegues se dibuja esta verdad.
Algo de nosotros queda en lo que queda, en los que quedan, y al partir, también nosotros nos partimos en pedazos.
Y como siempre estamos partiendo hacia alguna parte, siempre andamos divididos.
Ahora bien, siempre estamos partiendo pero habitualmente volvemos a nosotros, a los otros que son con nosotros, y así nos reunimos, aunque el que se fue y el que vuelve no sean el mismo, no sean lo mismo, de ahí el eterno desencuentro entre nosotros.
Esa es una cosa, pero está esta otra:
¿Qué de los que parten y luego ya no vuelven? ¿Los que se van definitivamente? Esos dejan un pedazo que continuará aleteando entre nosotros como el trozo languideciente arrancando a la cola de una lagartija. Los que no regresan no parten, se arrancan. Esa ilusión de un nuevo principio anima al que parte sabiendo que no volverá.
Hablo, aquí, de los que parten de su tierra hacia otras tierras, por ejemplo.
Pero está esto otro, también, lo obvio y sin embargo tan obviado: que todos partiremos.
¿Será -me pregunto a veces- que tras partir definitivamente nos reuniremos al fin?
Eso dicen, eso han dicho, los que dicen saber.
Tal vez el silencio y la nada nos acogen y esa es otra forma de reunirnos.
RUINA
La ruina te roza y quedás marcado. Te toca y te destrozás. Te atrapa como un pantano del que casi nunca se sale bien librado. Ni las mejores corazas resisten su trabajo. Es paciente y sutil, pues sabe que el tiempo corre a su favor. La ruina viene de adentro, como una llama que va ascendiendo. Corroe, trepa, se expande y conquista cuanto encuentra a su paso. Es una herrumbre que lo carcome todo. Se posesiona del tiempo y lo domina.
Los vestigios de la ruina son tangibles, son los que vemos y encontramos, y así es como hablamos de “las ruinas” de una ciudad; de un espejo o de una vida en ruinas. Pero la ruina misma es inmaterial, como un remolino o una ola invisible.
Y ya triunfante, la ruina se derrama como un líquido que colmara un vaso, y se contagia en silencio, como un cáncer.
SÍMIL
Los símiles se alzan y vuelan, son como misiles que nos lanzan a la cara la impotencia de las palabras y la sospecha de las cosas. Decir que el árbol es como una plegaria me revela más del árbol y de la plegaria que estas palabras por sí mismas. Ante esta evidencia, ¿qué debo pensar? Tal vez el símil, como la metáfora, señala o apunta hacia la unidad secreta, impronunciable, que todo lo relaciona y lo entrelaza. Tal vez las metáforas son siempre metáforas de la unidad última de las cosas.
Vivimos con la sospecha de que nunca salimos de las palabras, de que no podemos ver más allá de ellas. El símil abre un agujero en las palabras y por un instante nos permite ver las cosas, o al menos nos permite comprender que siempre vemos sólo las palabras, nunca las cosas. Así, por medio de un artificio, descubrimos otro artificio mayor. Un símil o una metáfora son como la bomba que detona en medio de un pozo petrolero en llamas, para que brevemente se escuche el silencio de las cosas.
Por otra parte, nunca llega tan lejos la fascinación por las palabras ni es su hechizo tan grande, como cuando creemos que nos revelan algo. Por ello, estoy convencido de que primero hay que desconfiar de las palabras, después de las metáforas y finalmente de nosotros mismos. Solo así, suspendidos en el vacío, podemos ver con claridad que no hay salida, pero que tampoco la necesitamos. Todo es una broma de gusto dudoso. Todo es una revelación maravillosa.
UÑA
Triste trabajo tantálico el de las uñas, nacer para ser comidas. Garras retozonas, escoria y deshecho. Las uñas se incrustan en las manos y crecen como seres autónomos. Las miro como a cosas aparte. Las examino en su otredad. Cosas vivas que crecen. Basura que vomita el cuerpo. ¿De dónde vienen? Se multiplican en mi cuerpo. Redundan.
Secreto mis uñas como un sueño. Contra mi voluntad se afirman. Las arranco y vuelven, regresan. Sombras vivas que me arrancan de mi irrealidad, trasponen el espejo y me tocan con su materia mineral, diciendome que estoy vivo, que soy cuerpo.
------------------------------------------------------------
Rodrigo Soto (Costa Rica, 1962). Ha publicado una veintena de títulos entre novelas, libros de relatos, poemarios, obras teatrales y colecciones de ensayos. Además de su trabajo literario, es también productor audiovisual y se gana la vida como comunicador.